27.4.06

Adolescencia

Durante cinco años viví en una casa construida en una esquina. Tenía tres árboles y un jardín en la vereda. Era un rincón pintoresco. Era un oscuro rincón pintoresco que fue convirtiéndose en una tumba húmeda. El sol se olvidaba de entrar en mis ventanas porque paseaba todo el día sobre otras casas. Antes de irse me tocaba con un tibio rayito dorado y prometía volver a la mañana siguiente. Era inútil esperarlo ilusionada. Nunca se quedaba el tiempo suficiente para evitar que mi alma se congelara. Y en ese rincón de centímetros amontonados, comprimidos, se pisotearon dignidades y confianzas. A veces creo que el culpable fue ese rincón. Esa unión de rectas que se anulan al tocarse, estorbándose, cercenándose, desapareciendo como líneas y formando un rincón. Pero el espíritu salvaje de las rectas no se resigna a ser final y se percibe en el aire un zumbido de vigor inmóvil. Supongo que esa casa todavía está allí. No quiero volver a sentirme entre sus paredes de verdín, no quiero volver a mirar a través de sus ventanas ese paisaje limitado que se volvió pesadilla. No necesito recordarla porque cada segundo de mi presente es consecuencia de los días vividos en ella. Imagino que ese rincón diabólico hizo germinar en una mente atormentada la razón para destruir cuatro vidas: dos de ellas no lo saben; una pudo salvarse y yo todavía sigo tratando de lavar las manchas de esa época.

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