21.9.13

La lechuga orejona

Estaba apurada esa mañana y caminaba rápido zigzagueando en los pasillos del supermercado concentrada en conseguir todo lo anotado en mi lista. Varias veces me detuve súbitamente para tratar de descifrar mi propia letra escrita velozmente antes de salir. Así llegué al área de verduras y escuché que alguien me saludaba con alegría. Giré mi cabeza y regresé mentalmente al mundo real para encontrar la cara de Don Tomás, un vecino de mi calle que sonreía con su boca y con sus ojos.
-¡Buenos días Don Tomás! Qué coincidencia verlo por aquí...
-Sí, cómo ve, me gusta venir a esta hora a hacer mis compras, no hay mucha gente y se puede caminar con calma.
-Aha, sí, tiene razón, sin embargo yo hoy ando con prisa porque tengo una cita de trabajo bien temprano y prefiero comprar ahora y no llegando de trabajar...
-Hace muy bien pero no corra tanto... vaya disfrutando del camino que igual todos vamos a parar al mismo hoyo.
-Así es... .- sonreí
Giré y caminé cinco pasos para buscar una bolsa y regresé por zanahorias otra vez junto al hombre mayor.
-¿Por qué tan concentrado con esas lechugas, Don Tomás?
-Ahh... es que siempre tuve algo con las lechugas... una especie de enemistad silenciosa... nos saludamos pero no nos hablamos... siempre que paso y las veo pienso que debo comer sus hojas verdes por tantas razones nutritivas pero nunca he sido capaz de detenerme, elegir una y comprar. Esto solo me sucede con las lechugas. Con las demás verduras no me importa más que mis ganas de comerlas, las busco, las examino y las llevo a mi cocina sin mayor problema.
-¿Ah sí? Pregunté sorprendida por la inesperada historia.
-Si, fijese, y así pasaron muchos años hasta que un día pasé por aquí y leí: “Lechuga orejona $4,90”. Y me detuve a reflexionar sobre mi negación a comprar lechuga, y oiga bien, a comprar no a comer. La negación es al acto de comprar, allí me da la flojera y sigo de largo. Así que me di una oportunidad y comencé a elegir entre las orejonas y moradas y romanas la que conjugara con mi ánimo. Horas después estaba en mi casa saboreando la ensalada y nuevamente reflexioné acerca de mi negación. Y me dije: a veces las oportunidades en la vida son como esas lechugas orejonas, uno pasa todos los días frente a ellas pero por flojera, por costumbre o por comodidad las ignora aun sabiendo que tomarlas sería algo bueno; pero ahi va uno erguido y soberbio mirándola de reojo al pasar, dejandola atrás. Y de quién es la culpa entonces de haber dejado atrás una lechuga-oportunidad? ¡De uno, nomás!
-Tiene razón Don Tomás....- asentí entre risas.
-Me alegra hacerla reír, venía usted muy seria.
-Sí, gracias... las prisas... el trabajo... las obligaciones....- dije mientras elegía un manojo de rabanitos.
-Pues sí... a su edad y en estos días se vive así, ni modo... ¿verdad?
-Así es... si uno se detiene lo pasan por arriba..- comenté enfilando hacia las cajas.
-Si pues, me dio gusto saludarla, que tenga un bonito día.- dijo sonriendo y estrechándome la mano.
-Igualmente Don Tomás, saludos a su familia.- respondí.
Me alejé de mi vecino y las lechugas sonriendo al recordar el diálogo. Reflexioné cuáles serían las lechugas de mi vida, qué oportunidad estaré ignorando por andar tan absorbida por el vértigo cotidiano.

Pág. 1- "Mi cuerpo en sepia" 

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