Estaba apurada esa mañana y caminaba
rápido zigzagueando en los pasillos del supermercado concentrada en
conseguir todo lo anotado en mi lista. Varias veces me detuve
súbitamente para tratar de descifrar mi propia letra escrita
velozmente antes de salir. Así llegué al área de verduras y
escuché que alguien me saludaba con alegría. Giré mi cabeza y
regresé mentalmente al mundo real para encontrar la cara de Don
Tomás, un vecino de mi calle que sonreía con su boca y con sus
ojos.
-¡Buenos días Don Tomás! Qué
coincidencia verlo por aquí...
-Sí, cómo ve, me gusta venir a esta
hora a hacer mis compras, no hay mucha gente y se puede caminar con
calma.
-Aha, sí, tiene razón, sin embargo yo
hoy ando con prisa porque tengo una cita de trabajo bien temprano y
prefiero comprar ahora y no llegando de trabajar...
-Hace muy bien pero no corra tanto...
vaya disfrutando del camino que igual todos vamos a parar al mismo
hoyo.
-Así es... .- sonreí
Giré y caminé cinco pasos para buscar
una bolsa y regresé por zanahorias otra vez junto al hombre mayor.
-¿Por qué tan concentrado con esas
lechugas, Don Tomás?
-Ahh... es que siempre tuve algo con
las lechugas... una especie de enemistad silenciosa... nos saludamos
pero no nos hablamos... siempre que paso y las veo pienso que debo
comer sus hojas verdes por tantas razones nutritivas pero nunca he
sido capaz de detenerme, elegir una y comprar. Esto solo me sucede
con las lechugas. Con las demás verduras no me importa más que mis
ganas de comerlas, las busco, las examino y las llevo a mi cocina sin
mayor problema.
-¿Ah sí? Pregunté sorprendida por la
inesperada historia.
-Si, fijese, y así pasaron muchos
años hasta que un día pasé por aquí y leí: “Lechuga orejona
$4,90”. Y me detuve a reflexionar sobre mi negación a comprar
lechuga, y oiga bien, a comprar no a comer. La negación es al acto
de comprar, allí me da la flojera y sigo de largo. Así que me di
una oportunidad y comencé a elegir entre las orejonas y moradas y
romanas la que conjugara con mi ánimo. Horas después estaba en mi
casa saboreando la ensalada y nuevamente reflexioné acerca de mi
negación. Y me dije: a veces las oportunidades en la vida son como
esas lechugas orejonas, uno pasa todos los días frente a ellas pero
por flojera, por costumbre o por comodidad las ignora aun sabiendo
que tomarlas sería algo bueno; pero ahi va uno erguido y soberbio
mirándola de reojo al pasar, dejandola atrás. Y de quién es la
culpa entonces de haber dejado atrás una lechuga-oportunidad? ¡De
uno, nomás!
-Tiene razón Don Tomás....- asentí
entre risas.
-Me alegra hacerla reír, venía usted
muy seria.
-Sí, gracias... las prisas... el
trabajo... las obligaciones....- dije mientras elegía un manojo de
rabanitos.
-Pues sí... a su edad y en estos días
se vive así, ni modo... ¿verdad?
-Así es... si uno se detiene lo pasan
por arriba..- comenté enfilando hacia las cajas.
-Si pues, me dio gusto saludarla, que
tenga un bonito día.- dijo sonriendo y estrechándome la mano.
-Igualmente Don Tomás, saludos a su
familia.- respondí.
Me alejé de mi vecino y las lechugas
sonriendo al recordar el diálogo. Reflexioné cuáles serían las
lechugas de mi vida, qué oportunidad estaré ignorando por andar tan
absorbida por el vértigo cotidiano.
Pág. 1- "Mi cuerpo en sepia"
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