Ella salió apurada con lágrimas en los ojos y atragantada con las palabras insensatas de la pelea. Bajó la escalera con pasos largos, subió a la moto y se fue. En la habitación de arriba quedó él, en silencio, iluminado a medias por la luz naranja de un velador. El tiempo detenido en la ausencia repentina y el espacio vacío en la cama deshecha. Ella en la noche y sus ojos nublados y las palabras repitiéndose obsesivas en su mente, anulando reflejos y borrando códigos urbanos de luz verde-roja-semáforo y…
Ella estuvo cerca de ser recuerdo. Él lloró en una sala de espera de hospital entre estómagos en ayunas y brazos regalando sangre. Sólo se pudo rezar. ¿A quién? Si el cielo está vacío y la iglesia es una estafa. Depresiones, reproches, culpas. Nada sirvió. Solo dejar que la vida goteara lentamente sobre un cuerpo inerte y un cerebro adormecido.
Pasaron las horas que se hicieron días y después los meses. Ella se recuperó y volvió a su casa, a su trabajo, a su vida en pareja.
Estoy sentada en un taxi, esperando que ella baje con las últimas cajas de la mudanza. La relación con él se deterioró. El amor eterno que sintieron se fue desgastando como una sábana de hotel barato. El amor puesto a prueba en una situación límite se terminó. Me pregunto qué hubiese pasado si ella hubiese muerto en aquel accidente. Todavía me acuerdo de algunas escenas en la sala de espera del hospital. La muerte estuvo sentada con nosotros durante las interminables horas de angustia. Él aseguró que no iba a tener el valor de seguir viviendo sin ella. Él la hubiese idealizado hasta el límite y viceversa, si el accidentado hubiese sido él. Quizás se hubiese suicidado acosado por los recuerdos y la impotencia de un punto final puesto por otro. Todo es relativo. Suena a frase de vieja. Pero es así.
Ella baja aliviada porque pudo dar fin a una relación deteriorada. No se puede medir el amor. No se puede utilizar al amor para edificar chalecitos a dos aguas con jardín en la vereda. Hoy te quiero, mañana no sé. Hoy me muero por vos y quizás vos por mí. Mañana todo puede terminar y tal vez dentro de cinco años nos crucemos por la calle y esa boca que hoy amaneció con un beso sólo pueda pronunciar fríamente: “hola, cómo estás?, hace tantos años que no te veo...”
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