El mediodía me encontró paseando en bicicleta, por un barrio que podría ser Nueva Pompeya en Mar del Plata o Villa del Parque en los ’80, a una velocidad determinada por el cansancio acumulado en mis piernas. Un perro petiso, de esos que parecen construidos con las sobras de otros canes, se abalanzó sobre la amalgama bicicleta-persona y acompañó mi trayectoria ladrando y mostrando sus dientes. Frené para anular su enojo, arranqué otra vez y siguió persiguiéndome sin dejar de vociferar en su idioma. Un hombre viejo que estaba en camiseta sentado en el umbral de su casa, quiso ser solidario y colaborar para permitirme seguir mi camino. Con convicción y voz grave le gritó al perro: “Jushhh Ehhhhh Déjese de embromar!!!” El animalito dejó de ladrar por una sencilla razón: yo había salido de su jurisdicción y ya no tenía motivos para reclamarme. Me alejé del lugar con las palabras de aquel hombre repitiéndose en mi mente y me sonreí. Advertí que se dirigió al perro tratándolo de usted: “Déjese de embromar!”, le había dicho, alejándolo de la cercanía que implica el tuteo. Poniendo distancia entre ellos como si el animal fuera capaz de percibirlo. Recordé que muchas personas se dirigen a las mascotas de esa manera y otra vez se me escapó la risa. “Déjese de embromar”, “venga para acá”, “quédese ahí”. Tal vez los perros, también se dirigen hacia nosotros tratándonos de usted: “ábrame la puerta que quiero hacer pis”, “déme de comer”. Quién sabe, quizás cuando el cartero interrumpe su siesta dejando la correspondencia en el buzón, el ladrido significa: “Jushhhhh Ehhhhh Déjese de embromar!!!”.
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