Como dice el libro que hoy me desvela: “Amour, amour (…) No quiero volver a escuchar jamás esa palabra”.
Salí a caminar y me detuve frente a una vidriera que tenía un televisor que tenía una película italiana subtitulada para deleite de cirujas y curiosos como yo. Enseguida reconocí a los actores y supe que la había visto años atrás. Como esta vez tenía que tirar a la basura diez minutos que me sobraban, me quedé leyendo el film. El protagonista se justificaba ante su esposa por una infidelidad y trataba de sacar conclusiones sobre lo que a todos nos desconcierta: el amor y sus bemoles. Y se hacía esta pregunta: “¿por qué todos deseamos estar enamorados si es algo que nos va a traer dolor inevitablemente?” y se respondía: “porque mientras dura, uno se siente en un paraíso.” Yo no quiero más paraísos de propaganda. No quiero estadías en kermeses que duran cinco minutos. No quiero más cuerpos atados por las manos (pido prestada esta frase a una pluma amiga). No quiero vaivenes de ningún esqueleto (autoplagio). Habría que formatear el corazón y enseñarle otras lecciones. De antemano saber que el “para siempre” dura una tarde, que los besos son lacres de saliva que sellan dos alientos por un segundo, que más vale proyecto propio que cama matrimonial. Es necesario defender regiones privadas, elección de colores en acolchados y paredes. Ser egoísta primero y estúpido jamás. Creo que a los próximos ojos que amaguen ternura los voy a frenar en seco con un “hasta aquí llegamos… para abreviar, para ganar tiempo… ¿cuánto hubiéramos durado en este engaño común al ser humano, cuánto dolor nos estamos ahorrando al despedirnos antes de empezar?” Manos cargadas de caricias en oferta hasta agotar stock. Y como ocurre con las ofertas, cuando uno llega no hay más, ventanilla nueve quejarse a Cadorna.
Miré muchas caras de la luna, mudé mi cuerpo de sábana en sábana, escribí versos apurados en servilletas de papel, dibujé mi caricatura con cientos de frasecitas risueñas y me dejé llevar por la ingenua creencia del alma gemela. Ilusa. Por eso mi único amor soy yo. Porque dediqué meses enteros a velar sueños ajenos construyendo mi propio desamparo. Porque no hay garantías ni ancla ni cadena que retenga a los sentimientos huidizos. Porque cuando necesito abrazos me acuerdo de alguien y me conformo. Porque tengo todavía lágrimas que no dejé caer y palabras que mejor no decir y silencios que está bien mantener. Un día más que termina en verso salvavidas. Un punto final para este texto pero no para el dolor.
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