No necesito que “oigan los mortales el grito sagrado de libertad”… Más bien me urge que “tiemble en su centro la tierra al sonoro rugir” de mi voz, de mi fuerza. Quiero himnos de guerra. No me sirve la esencia melancólica del Río de la Plata porque la vida es pasión y movimiento y ganas de lograr lo imposible en el poco tiempo que tenemos.
Falló el delivery en septiembre del 74. Me dejaron en otra latitud y estoy pagando las consecuencias de pisar la arena equivocada. Yo quiero a mi país como se quiere a una buena persona, con gratitud por los buenos momentos compartidos, con colores conocidos, calles amigas y niñez feliz eterna en un cuadro, pero no me pidan que me quede sentada en la vereda patagónica si sé que existe un lugar que además de todo eso me ofrece la pasión que moviliza, que quema la sangre y asoma con promesas de eternidad. No me pidan que no enloquezca en el encierro de la paciencia y la ansiedad. No hay razones, hay sensaciones. No hay explicaciones que los demás puedan comprender. Hay un mar que se grabó en mi mirada y un final planeado para hacérselo difícil a la muerte.
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