Lo único que hace que se me piante un lagrimón es el Buenos Aires
de la década del 40,
con una Avenida Corrientes llena de bandoneones
y la punta del Obelisco asomando a la segunda mitad del siglo.
Aquella mujer me cantaba tangos sin saber que construía mis recuerdos más valiosos.
Es que siempre quedan esas tardes de veredas desiertas,
de sol en el umbral, de calesita y plaza.
Aún siento el calor de su mano en mi manito
y retumban nuestras risas en algún rincón de mi silencio.
Desde lejos ya no siento aquella tierra como mía, sin embargo ese pedazo de tiempo, aislado en un cubo sin geografía exacta,
aparece para sensibilizar corazas.
No se puede volver atrás. No puedo decir lo que no le dije pero
lo vivido fue suficiente para sentir que ella me habla
en cada queja de bandoneón.
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de la década del 40,
con una Avenida Corrientes llena de bandoneones
y la punta del Obelisco asomando a la segunda mitad del siglo.
Aquella mujer me cantaba tangos sin saber que construía mis recuerdos más valiosos.
Es que siempre quedan esas tardes de veredas desiertas,
de sol en el umbral, de calesita y plaza.
Aún siento el calor de su mano en mi manito
y retumban nuestras risas en algún rincón de mi silencio.
Desde lejos ya no siento aquella tierra como mía, sin embargo ese pedazo de tiempo, aislado en un cubo sin geografía exacta,
aparece para sensibilizar corazas.
No se puede volver atrás. No puedo decir lo que no le dije pero
lo vivido fue suficiente para sentir que ella me habla
en cada queja de bandoneón.
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