3.12.07

de colección...

Me gustaba coleccionar boletos capicúa, latitas de gaseosa, lápices enanos, cartas de amores vencidos y todo aquello que mereciera la creación de una categoría dentro de mis pertenencias. Fui prolija hasta la obsesión y cuidadosa en extremo. Arrastré cajas llenas libros en peregrinaciones que desmentían aquello de que “el saber no ocupa lugar”. En las mudanzas ocupa espacio y su peso se mide en toneladas. Con el tiempo sentí que ese afán de acumular objetos era inútil. ¿Qué satisfacción me daba? Ninguna. Sólo me generaba preocupación perder alguna pieza de aquel museo de recolección. Con la misma prolija obsesión tiré todo lo que representaba conductas acumulativas de bienes materiales. En realidad empecé a despojarme de simbolismos. Hoy la consigna es: “que todo entre en un par de valijas”. Todavía me falta anclar en el silencio de algún abrazo que no se termine tan rápido. Necesito salir a la calle y saber que esa vereda me pertenece y que ya no necesito mapas para recorrer ciudades que no conozco. Quiero pinchar mi luna con un banderín de conquista y empezar a levantar paredes que sepan de mí.

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