Puertas, hemos de inventarnos puertas o ventanas sin rejas que dibujemos de un rayón con lápices gastados y aún sin sacapuntas. Puertas y ventanas, es decir que vamos a inventarnos la libertad, un espacio en blanco, un silencio pescado al aire libre, un farolito en la noche más larga y unas tijeras con filo de cortar a lo bruto las distancias y lo que haya del lado de allá.
Porque ésta es la letra inútil, palabras que hacen nido y se quedan, como la humedad, en los rincones más viejos de la entraña. Ésta es la letra sin antídotos, ni palmadas de consuelo, ni pasajes de vuelta, ni escoba que limpie la basura del alma.
Escribir se vuelve apenas el gesto simpático e inocente de grabar nombres en la arena y esperar, siempre esperar, a que el mar de un soplido se los lleve con él. Escribo y sé que cada una de estas palabras es como una tumba-cabeza contra todos los males de este mundo, el susurro que pide entre bombas que pare la guerra, el segundo en que empieza el sueño aunque atrás en el reloj quede el mundo cruel.
Las palabras inútiles se me van amontonando en los bolsillos, chorrean de mis puños cerrados, y no puedo más que dejarlas sobrevolarme, decorarme las intenciones, hablar torpe y vanamente de todo lo mucho que no pueden hacer. Yo las colecciono igual, es mi culpa: siempre me quedo con lo que ya no sirve, con lo que está roto, con los pedazos que juntos no hacen uno pero saben evocar lo que fueron, fantasmas de todas las cosas que pudieron ser.
Entonces voy llenando los cajones: junto huertos, junto escamas, detalles, sábanas de cubrir alguna vieja intimidad.
Junto pergaminos y fotos sepia, guirnaldas, epístolas,desastres sin catalogar, fiebres infantiles, calles de San Telmo.
Junto las terceras partes de cada canción, suburbios, náuseas de tanta memoria, sobres vacíos, primeros intentos, eso de besar la lluvia y volver a la cama y rogar que exista el sueño que el muy pícaro quiera venir.
Desaciertos y rutinas, llaves y puertas, y ventanas, espacios en blanco, puntos suspensivos en el aire, mordizcos del silencio, algo de lo que quede un poquito más allá, y, claro, la libertad.
Porque ésta es la letra inútil, palabras que hacen nido y se quedan, como la humedad, en los rincones más viejos de la entraña. Ésta es la letra sin antídotos, ni palmadas de consuelo, ni pasajes de vuelta, ni escoba que limpie la basura del alma.
Escribir se vuelve apenas el gesto simpático e inocente de grabar nombres en la arena y esperar, siempre esperar, a que el mar de un soplido se los lleve con él. Escribo y sé que cada una de estas palabras es como una tumba-cabeza contra todos los males de este mundo, el susurro que pide entre bombas que pare la guerra, el segundo en que empieza el sueño aunque atrás en el reloj quede el mundo cruel.
Las palabras inútiles se me van amontonando en los bolsillos, chorrean de mis puños cerrados, y no puedo más que dejarlas sobrevolarme, decorarme las intenciones, hablar torpe y vanamente de todo lo mucho que no pueden hacer. Yo las colecciono igual, es mi culpa: siempre me quedo con lo que ya no sirve, con lo que está roto, con los pedazos que juntos no hacen uno pero saben evocar lo que fueron, fantasmas de todas las cosas que pudieron ser.
Entonces voy llenando los cajones: junto huertos, junto escamas, detalles, sábanas de cubrir alguna vieja intimidad.
Junto pergaminos y fotos sepia, guirnaldas, epístolas,desastres sin catalogar, fiebres infantiles, calles de San Telmo.
Junto las terceras partes de cada canción, suburbios, náuseas de tanta memoria, sobres vacíos, primeros intentos, eso de besar la lluvia y volver a la cama y rogar que exista el sueño que el muy pícaro quiera venir.
Desaciertos y rutinas, llaves y puertas, y ventanas, espacios en blanco, puntos suspensivos en el aire, mordizcos del silencio, algo de lo que quede un poquito más allá, y, claro, la libertad.
1 comentario:
Hola, de paseo, leyendo y saludando con afecto.
MentesSueltas
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