Un sin sentido se apodera de mi. No es posible calificar a la siguiente ronda. No importa lo que hagas, el tamiz nos tira a todos hacia el fondo de la tierra. Nadie sale vivo de este asunto. Y eso que soy de las personas que se levantan felices cada día porque trabajo en lo que me gusta y tengo ojos que miran como otros ojos me miran y creo estar construyendo… construyendo qué? Que pasa con los que no tenemos hijos ni plantamos un árbol ni escribimos un libro? De qué forma uno puede perpetuarse y para qué quiero perpetuarme si esa partecita de mí en definitiva no seré yo. Una película de los ochenta sin querer y de repente tiró sobre mí todo el peso de la eternidad. Tan boludamente como suelen venir las reflexiones que nos dejan agarrados a lo que sea para no caer abatidos por lo que inevitablemente pasará en pocos años. Justo cuando uno se va habituando a lo sinuoso del camino, cuando le vas tomando la mano al vaivén de tu esqueleto, cuando ya no te crees los cuentos adolescentes de amor eterno y media naranja, cuando te acomodas en un rincón del planeta y crees que sos Gardel alguien deja bajo tu puerta el citatorio con la huesuda y te recuerda que un minuto más es un minuto menos. De qué manera se puede aprovechar la vida? Se reciben opciones. Hoy salvé una hormiga. Luchaba frenética en una montañita de azúcar impalpable… y por qué iba a matarla para deshacerme de su presencia? Mejor la invité a subir a un papel y la dejé en el jardín.
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