Una ciudad con mar es una
ciudad con ventana, con alas, con el horizonte tan lejos que cuesta
llegar con la vista desde la costa hasta ese engañoso abismo. Uno
sabe que si camina cierta distancia llegará al mar, el final y al
mismo tiempo el comienzo, a buscar esa bocanada de aire fresco que la
urbe, tierra adentro, nos quita. Una ciudad en el centro del país
puede parecerse a una jaula, a un laberinto árido con silencio de
olas en la noche. Necesito regresar a conversar con ese mar tan frío
y lejano. Es increíble como el tablero hoy se inclina en sentido
contrario y me devuelve adónde todo comenzó. Y así, sin ofrecer
resistencia, me dejo llevar por ese mar que viene a buscarme, que me
arrastra despacito y me deja suave y silenciosamente a orillas de
aquella ciudad adonde jamás pensé regresar.
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