No puedo vivir más con este cronómetro en la cabeza que golpea con fuerza de hierro. Cada segundo en su pequeñez significa una explosión en mi cerebro. ¿Qué persigo? Tengo palabras sin valor, sueños que no son realidad; adoquín tras adoquín voy empedrando mi camino. Nada de cómodos asfaltos ni medialunas de Atalaya a mitad del trayecto. A veces un mínimo oasis que la arena y el viento vuelven a esconder. A lo lejos estás vos y ahí quiero llegar. Falta tanto todavía que las piernas me tiemblan y quieren quebrarse dejándome caer. La tentación de abandonarse a un ensayo de muerte cuando las fuerzas no alcanzan.
Corre, Lola, corre… así vivo, corriendo encerrada en mi mente, enloqueciendo entre posibilidades y ansiedades y manos que no tocan y besos sin boca y dos camas distantes cuando tendría que haber una sola. Puede ser que sea el árbol que oculta el bosque pero parece la pierna de Godzilla… enorme, infranqueable, tapándome todas las salidas que invento, retrucando cada gesto y matándome de a poco. Claro que no voy a caer por completo, por eso escribo. Porque estoy sola y no hay nadie que me mire torcido para descargarme este domingo de fin de mes. Pero dejame decirte: si tus ojitos chinos llegaron hasta acá, por favor, acordate de aquella balada de don Mario y perdoname estas malas palabras.
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