No importa en qué estaba pensando pero me olvidé de mí. Es como salir en auto sin pensar en combustible y quedarse a mitad de camino con más preguntas que respuestas. No ayuda el paisaje verde ni el sol tomándose a sí mismo recostado en alguna montaña. El pedido de auxilio se lanza al mar de satélites como un mensaje dentro de una botella. Y la acción se convierte en espera, el libre albedrío en subordinación, lo urgente en relegado y la necesidad en algo que ya no importa. Ese pedacito de ruta se nos hace conocido, contamos autos de color rojo, descubrimos figuras en las nubes, caminamos en círculos. La imposibilidad de seguir viaje somete a la culpa de no hacer, a la sensación de ser improductivos. Fuerzas mayores nos obligan a suspender actividades, a mirarnos hacia adentro. Y está bien así: una tarde para sentir el contacto de nuestros pies sobre el planeta, sin que los pasos apurados toquen de oído sobre el asfalto que nos sostiene.
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