11.7.12

El Premier


Todos damos rienda suelta a nuestra imaginación en esos lapsos muertos de la civilización cuando no nos queda otra opción más que “esperar el turno”: la luz verde del semáforo, que nos cobren en el supermercado, que el carro de adelante nos deje libre el lugar para estacionar y nuestro turno en el banco. 

Algún genio del mundillo bancario sin criterio y sin mucho que hacer pensó en dividir las filas de espera entre clientes y no clientes. Otros pusieron clientes y visitantes (no del espacio exterior sino gente como usted o como yo pero que no pertenecemos al selecto grupete). No se entiende cuál es la saña contra la gente común pues si yo estoy haciendo esta maldita fila es porque vengo a depositar o a cobrar o a hacer alguna transacción con la cuenta de algún cliente de su prestigiosa institución. La discriminación no termina, hasta los propios clientes tienen que ver desfilar muy campante delante de sus narices a la señora que entró derechito de la puerta a la caja sin detener su marcha porque ella es “cliente PREMIUM”.

Todo es un juego de azar, de opciones imposibles de calcular. Un intento fallido de dar un servicio extra o una preferencia que solo genera miradas de impotencia y discriminación en una mini versión de la sociedad que también consume atención innecesaria de los cajeros que deben ir llamando alternativamente a un “Premium”, a un “cliente” y a un pelagatos.  

Las situaciones son curiosas pues el destino se ríe de nosotros y nos juega bromas… como ocurrió esta tarde en un banco de logo rojo y blanco. Veinte personas estábamos en la fila divididas en PREMIER, CLIENTES y NO CLIENTES. El azar quiso que dos personas trabaran el proceso con sus complejos requerimientos. Un hombre retiraba una cantidad enorme de dinero, el cajero contaba fajos y fajos de billetes que ordenaba meticulosamente para no perder el cálculo. En otra caja dos señoras hacían algo similar pero con un depósito, el cajero contaba fajos y fajos de billetes que ordenaba meticulosamente para no perder el cálculo. De repente se desocupó el tercer cajero y con su vocecita de sintetizador detrás del vidrio llamó al PREMIER tan débilmente que nadie acudió al llamado. Nuevamente insistió  con más volumen: “PREMIER!” y todos comenzamos a buscar a aquel personaje que era bendecido con el turno y la atención del cajero y que osaba despreciarlo por algún motivo. La voz se fue corriendo “PREMIER” “PREMIER”, el cajero, los no clientes, los clientes todos llamando al PREMIER que navegaba entre los números de su agenda ausente de la lotería de turnos porque él también a pesar de ser PREMIER, tuvo que esperar un tiempo suficiente como para dejarse llevar por sus pensamientos.  El PREMIER se sobresaltó ante el griterío general y levantó sus ojillos por sobre sus lentes, enfocó los ojos del cajero y hacia él se dirigió presuroso. 

Alguien tendría que parar la pelota y replantear situaciones porque este tipo de reglas a las que todos debemos amoldarnos no son beneficiosas para nadie.  Imaginemos que el mismo genio del mundillo bancario sin criterio y sin mucho que hacer nos obligara a cantarle las mañanitas al cajero o a caminar dos pasos y retroceder uno antes de entrar al banco. La división de filas que todos padecemos resignados es una situación igual de absurda.

--Este texto forma parte del libro "Vaivenes de un esqueleto" 
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