9.10.12

El caso de la pizza engullida


Una noche de octubre fui llamado a resolver un caso en las afueras de la ciudad. Llegué al domicilio, exhibí mi placa y entré quitándome el sombrero. El agente que respondió al llamado del 911 narró los sucesos mientras atravesamos un pasillo y llegamos a la escena del crimen: la sala. Allí había una mesa, cuatro sillas ordenadas al azar como consecuencia de lo suce
dido y una caja de pizza con las migas de lo que horas antes fue una deliciosa “grande de mozzarella”. La dueña de la casa exigía justicia ya que recuperar la pizza era imposible. Miré a mi alrededor y los sospechosos lucían su expresión más inocente. Respiré profundo y le pedí calma a la señora que no paraba de hablar mientras con señas de rutina indiqué a los agentes que nos dejaran a solas con los sospechosos.

Me quedé inmóvil y enfoqué mis ojos en los sujetos quienes bajaron su cabeza intimidados por mi mirada segura y penetrante. Me moví con gestos calculados, dejando pasar el tiempo y esperando que la tensión del momento les arrancara una confesión que no llegó.

Podía sentir la mirada de cada uno de los sospechosos siguiendo mis pasos por la habitación, acompañando los gestos de mis manos al encender mi puro, observando mi primera exhalación y el humo ascender deshaciendose en la penumbra. El plan para identificar al culpable ya estaba en marcha.

Dejé pasar un buen rato de silencio y movimientos ensayados hasta que pedí a mi asistente que trajera los elementos para la estocada final. Mi media sonrisa y una ligera risa petrificaron las caras de los sospechosos y aumentaron su intriga y ansiedad. Dos agentes ingresaron a la habitación con dos platos cada uno de carne y croquetas en la mano. Les indiqué donde ubicarlos y no tuve que esperar mucho tiempo para resolver el enigma. 

Tres de los cuatro sospechosos se lanzaron a devorar el manjar que se les ofrecía mientras “Cejas” miró su plato con cara de asco y bajó la cabeza escondiendo su mirada. 

Apagué mi puro, tomé mi sombrero y fui al encuentro de la dueña de casa para informarle los resultados de la investigación. Me agradeció con gestos exagerados y un apretón de manos interminable. Los agentes se retiraron del lugar dejando tras de sí a los perros satisfechos lamiendo sus platos. Pude ver a “Cejas” buscando una planta de albahaca en el jardín para purgarse y devolver el botín en otro formato. Me puse el sombrero, me arropé el abrigo, encendí otro puro y me perdí en la niebla de la madrugada.

(Basado en hechos reales y en la crónica de ZuguVG)



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