Pasó por la cabeza de la mujer el rápido pensamiento de qué, en situación tan crítica como la presente, cuando un apoyo moral valdría su peso en oro si peso tuviera un apoyo solamente moral, el código, libremente aceptado, de las obligaciones conyugales básicas, en el capítulo de socorros mutuos, determinaba que se levantara inmediatamente y preparara, con sus propias manos, sin llamar al servicio, un té reconfortante con su competente aderezo alimenticio de pastas, sin embargo, despechada, frustrada, con la naciente voluptuosidad casi desmayada, se volvió hacia el otro lado y cerró firmemente los ojos, con la vaga esperanza de que el sueño todavía fuese capaz de aprovechar los restos y con ellos organizar una pequeña fantasía erótica privada. Ajeno a las desilusiones que había dejado tras de sí, vistiendo sobre el pijama de rayas un batín de seda ornamentado de motivos exóticos, con pagodas chinas y elefantes dorados, el primer ministro entró en su despacho, encendió todas las luces y, sucesivamente, conectó el aparato de radio y la televisión.
Ensayo sobre la lucidez > José Saramago
Ensayo sobre la lucidez > José Saramago
1 comentario:
Maese Boo:
El encierro es una de las maneras más difíciles de asimilar... aunque sea dentro de nuestra propia cama.
¡Relato digno de grandeza!
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