30.9.13

Mi cuerpo en sepia

Me siento finita como un papel, casi sin espesor. Hoy el cuerpo manda y la mente acata a regañadientes; es que sin carrocería no vamos a ningún lado. Me descuidé, lo acepto y hoy pago las consecuencias. Sin embargo hace años que trato de sacar con baldes el agua que se mete a raudales en mi barco. Soy rehén de mi cuerpo. Él decide qué se hace y a qué se renuncia. ¡Podríamos funcionar tan bien si nos quisiéramos y respetáramos un poco más! Mi mente y mi cuerpo son un matrimonio a punto de divorciarse, a veces creo que nunca se amaron. Desde que recuerdo se repelen y uno pisa la cabeza del otro sin clemencia. ¡Vamos muchachos! ¡Podríamos estar en la cima si hubiéramos tirado todos para el mismo lado! Pero no, aquí me ven, encerrada, recordando cómo era vivir libremente sin que mareos, taquicardias, despersonalizaciones y náuseas me obliguen a reprogramar mis días, cancelar citas, huir del mundo y refugiarme en estas palabras.
Me siento finita como un papel, casi sin espesor. Y aunque el papel contenga una prosa aceptable de nada sirve si nadie la lee. El papel está ahí, envejeciendo con cada sol que sale y se va.
Me siento en deuda conmigo por no haber hecho tantas cosas, por no haber agarrado caminos a puño lleno y que cayeran como arena de mi mano tantísimas opciones de una vida mejor. Estar vivo ya es ganancia, dirán por allí. A veces no alcanza con estar en el baile, el tema es bailar con la más bonita y ser protagonista.
Lo que duele es morir solo. El dolor físico es tangible y atacable. El enrosque mental se parece a las pesadillas de Freddie Krueger. Recién luché con todas mis fuerzas para evitar el desmayo, me senté en un rincón con el teléfono en la mano, un frasco de alcohol para inhalar y esperar con calma esta muerte que me visita indecisa, me toma por unos segundos y me deja un ratito más en este mundo.
Hasta la muerte me aguanto si me toca (aunque patalee no queda otra) pero no quisiera tener conciencia de ello, sentirme vulnerable, arrinconada como trapo viejo sin control sobre mi cuerpo, sin control sobre mi mente. La cabeza que empieza a encogerse, a comprimirse dificultando la visión, como cuando se corta la señal de tv y aparecen millones de puntos grises zumbando como abejas enloquecidas... Una sensación horrible de conciencia y sin sentido, de umbral de la muerte.
Y en esos momentos límite de mi existencia lo único que quiero es un abrazo, una mano que me ayude, que me diga con su calor y su contacto que no estoy sola, una voz que me susurre que todo va a estar bien aunque sea en el otro mundo... una despedida tácita hecha de empatía.
¿Cómo lucho contra lo que desconozco? Debo caer y aprender de sus manifestaciones para juntar elementos que me permitan encontrar armas para defenderme. Soy un guerrero en territorio desconocido: un paisaje espectral con rincones oscuros llenos de contradicciones y trampas. 


Pág. 7 > Del libro: "Mi cuerpo en sepia"
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