28.7.06

Filósofo en pantuflas

No se puede escribir sin un destinatario. A veces es una mujer, otras un hombre, una pared, la humanidad… y muchas veces uno mismo. ¿En qué manual de instrucciones nos enseñan qué botón de nuestro ser hay que usar? Se nos obliga a ser autodidactas, suicidas sin querer. Apostamos en cada esquina el silencio de una certeza común. Sería más fácil que se me hubiese dado la oportunidad de elegir esta conciencia que me tortura. Tal vez hubiese sido feliz con la vulgaridad de una mente simple. Quizás mis preguntas hubieran encontrado todas las respuestas en un diccionario de la Real Academia. No hubiera aspirado a más. ¿Para qué me sirve esta sobredosis de análisis, este castigo de los días contados, estos textos que vuelven a iniciar el círculo vicioso de los pensamientos? ¿A quién le escribo? ¿Quién recibe esta solicitud de vida eterna, de exención de muerte? Formularios hay a montones pero ninguna oficina realiza el trámite. Hijos, árboles, libros… distintas maneras de perpetuarse en un universo sin razón de ser. Desordenado, autodestructivo, una serpiente que se come la cola, se devora a sí misma

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